El puente de los candados para los amigos y enamorados

El puente de los candados

La primera tarde de verano, Ignacio salió a jugar con sus amigos a la pelota cerca de un puente muy famoso. Un radiante sol lucía en el cielo, las clases habían terminado, y por fin podían disfrutar de las vacaciones que todos esperaban desde hacía tanto tiempo.

Fabiola guardó todas sus muñecas en una pequeña mochila. Junto a ellas colocó los accesorios de belleza y algunos vestidos para compartir con sus amigas. Todas las niñas habían quedado en reunirse después de la comida para jugar en el parque.

Cuando llegaron los niños, muy pronto empezaron a correr, a lanzar la pelota, y a revolcarse por el cesped, gritando de felicidad.

¡Pásame la pelota!

¡Aquí, aquí!

¡Penaaaaaltiiiii!

¡Gooooool!

Todo era alegría y griterío en sus juegos juveniles. ¡Al fin había llegado el verano!¡Tenían todas las vacaciones por delante! Qué más se podía esperar.

Cuando llegaron las niñas, se reunieron en una casita de madera. Era un lugar secreto, y había sido su escondite preferido desde que eran muy pequeñitas. Estaba oculta detrás de los resbalones y de los columpios. Allí se sentaron en círculo, cuchicheando unas con otras, mientras instalaban a todas sus muñecas sobre el suelo. Pronto empezaron a peinarlas, vestirlas y acomodarlas; todo eran risas alegres, y muchas ideas originales para decorar la casita de madera como un hogar para las muñecas.

¡Aquí pueden ir unas lindas cortinas!

¡Mañana colocaremos los muebles para estar más cómodas!

¡Qué bien se ve tu vestido!

¡Me encantan las trenzas de tu muñeca!

Era la primera tarde de las mejores vacaciones de sus vidas. Seguro que muchas otras vendrían después.

Todos jugaron hasta el anochecer, cuando el sol empezó a marcharse al otro lado del mundo. Aunque todos los niños seguían llenos de energía, sabían que ya era hora de regresar a casa. Y entonces Ignacio y Fabiola se conocieron. Justo cuando salían del parque, él con su pelota y ella con sus muñecas.

Ignacio, sin querer, dejó caer la pelota. Con un movimiento ágil, Fabiola consiguió alcanzarla, pues de lo contrario hubiera rebotado hasta la laguna, dónde los peces de colores jugarían con ella en el fondo del agua.

Gracias por atrapar a tiempo mi pelota– agradeció Ignacio muy aliviado.

Uf y casi se me va– bromeó Fabiola, mirando con curiosidad a su nuevo amigo.

Ambos se lanzaron una mirada cómplice, y de de inmediato supieron que serían amigos para siempre. Aunque no iban en la misma dirección, Ignacio acompañó a Fabiola hasta su casa.

Es extraño mamá– comentó Ignacio durante la cena- hoy conocí a una niña llamada Fabiola, y ahora siento como unas maripositas en el estómago.

Quizás estoy enfermo– dijo extrañado.

Tranquilo hijo– respondió su mamá acariciándole el cabello- esas maripositas son los latidos de tu corazón, que te dice lo mucho que aprecias a tu nueva amiga. Seguro que de aquí en adelante, Fabiola será tu mejor amiga.

Esa noche, Fabiola tampoco pudo dormir. Ella también sentía maripositas en el estómago. Su mamá le había dicho que eran estrellitas jugando con su corazón, porque había conocido a un superamigo.

Pasaron los días, y los dos niños se hicieron inseparables. Cada tarde, después de jugar, se encontraban para volver juntos a casa, o para sentarse un rato frente a la laguna.

Todos sus amigos lo habían notado y les gastaban bromas, pero Ignacio y Fabiola sólo sonreían. Eran muy felices juntos, y no se enfadaban por las bromas.

Un día cuando regresaban a casa, a Ignacio se le ocurrió cambiar de ruta

Vamos por ese puente– Fabiola rápidamente aceptó. A ella le gustaban todas las ideas de Ignacio pues era un niño muy listo, y siempre la sorprendía.

Caminaron hasta el puente más antiguo de la zona. Tenía forma de media luna con pasamanos de metal. Bajo sus pies podía verse la laguna de aguas azules, llena de peces de colores.

Llegaron al centro del puente, y observaron el atardecer mientras planeaban los próximos días de juegos y diversión. Entonces Fabiola encontró un pequeño candado en el bolsillo de su chaqueta. Pertenecía al cofre de vestidos de sus muñecas y le sirvió para tener una idea genial. Lo sacó del bolsillo y lo colocó en una de las rejas de metal del puente.

Mientras ambos lo sujetaban para cerrarlo, hicieron una promesa solemne.

Seremos amigos para siempre.

Ignacio y Fabiola se sonrieron mientras el sol se escondía. Después, los dos niños lanzaron la pequeña llave a la laguna, cerraron los ojos y formularon varios deseos que algún día podrían cumplir juntos.

Caminaron hasta casa sintiéndose muy felices. Incluso la luna estaba contenta, porque les iluminó todo el camino con su luz plateada.

Desde aquel día, muchos han sido los niños y niñas que dejaron sus candados en el puente de los deseos. Ahora le llaman el puente de los candados porque tiene más de mil. Pero nosotros sabemos que es el puente de los deseos, y ha sido testigo de muchas promesas entre los niños que siempre se cumplirán.


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