Sopa de letras en el almuerzo

Sopa de letras

Rafalda no quería tomarse la sopa, para nada se la quería tomar.  Todos los días la misma historia.

La sopa era el plato que menos le gustaba. ¡Con lo rico que cocinaba mamá, y siempre la obligaba a tomarse la sopa!

Los hilos de fideos flotaban en el caldo, y a la niña le recordaban los cabellos de las princesas que vivían en los cuentos. Entonces, empezaba a imaginar que había cabellos en la sopa y eso no le gustaba nada. Además, la sopa estaba muy caliente. Ella prefería las cosas templadas.

Lloraba y protestaba, y su mamá se enfadaba con ella.

Pero un día sucedió algo inesperado. ¡Algo maravilloso!

Rafalda abrió mucho los ojos. No podía creer lo que veía.  De pronto, en la sopa ya no flotaban hilos de fideos; ahora eran letras que se esparcían por todo el plato. Las letras se movían de aquí para allá, se daban la vuelta, nadaban hasta el fondo del plato, aparecían y desaparecían, giraban cómo si estuvieran bailando todas juntas. Cuánto más las miraba, más se sorprendía, porque se dio cuenta de que las letras intentaban formar palabras. Unas eran raras, otras fáciles, algunas inexplicables…

¿Estarían tratando de contarle una historia?

Quizás las letras querían componer palabras sólo para ella. Pero Rafalda no podía entenderlas.

fkgos?

epa

hol

mam

¿Y si las ayudo y escribo mi nombre?-pensó

Rafalda, muy animada, comenzó a buscar todas las letras que necesitaba. La R fue la más facil de encontrar, había por todos lados. La A también estaba repetida muchas veces. Encontró la F debajo de unos trozos de zanahoria, aunque primero tuvo que comérselos. Después se puso a buscar otra vez la A. La L fue la más difícil. Revolvió por todos lados y no la veía; aunque intentó mover la cuchara despacito para no desordenar las demás letras, seguía sin encontrarla. ¡Ah, ahí estaba! Escondida entre una patata y una col que engulló rápidamente para dejar espacio en el plato.

La D flotaba solita cerca del borde. Quizás se había perdido, o bien quería que la encontraran fácilmente. Por fin, la A cerró la palabra “Rafalda” que era su propio nombre escrito con la sopa de letras. Su nombre flotó un rato más, mientras la niña lo observaba y se reía. Estaba feliz, ya que ahora su sopa era mucho más interesante.

Desde ese día la sopa de letras se convirtió en su plato favorito. Rafalda tomaba la sopa sin refunfuñar, mamá ya no se enfadaba durante las horas de las comidas, y papá jugaba con ella para formar nuevas palabras cada día. Ella se divertía y aprendía.

Además, la sopa cada vez le sabía más rica.

A ver, hoy vamos a formar una palabra muy bonita: MAMITA…


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