Martina, era una princesa del reino de las flores, en este lugar se podían encontrar todas las flores del mundo, era aquí donde cada día llegaban jardineros con sus carretas a llevar ramos, rocío, pétalos y polen de los prados intensos que, si los mirabas desde el cielo, formaban unas figuras hermosas de colores.
Pero nadie sabía qué pasaba en la ciudad, en todas las familias, siempre estaban muy serios y a veces tristes, no se encontraban niños y todo parecía gris. ¡Falta alegría! Decían entre todos… pero nadie sabía qué es lo que pasaba.
En un almuerzo en el palacio, Martina escuchó estas historias y muy intrigada y curiosa, comenzó a preguntar más y más, no podía comprender que, teniendo las más hermosas flores de toda la tierra, las personas que vivían fuera de palacio puedan sentirse triste.
Así que nuestra princesita valiente decidió algo que le cambiaría la vida para siempre. Un día ella dijo:
– Me iré a vivir a la ciudad y ver qué está pasando allí-
Tomó sus cosas, se escondió de los guardias y una madrugada partió sin que nadie la vea para entrar a las calles de la ciudad, todas de piedra, carruajes y casas donde vio que muchas eran grises y tristes.
Se encontró con una abuelita que volvía del mercado a quien ayudó cargando las bolsas que apenas podía, a pesar de ello, sentía que refunfuñaba de todo. Después de tomar un desayuno, Martina curiosa empezó a preguntar por qué las personas se sentían tan tristes y la abuelita sin saber quién era comenzó a contar…
– Hace muchos años, el rey decretó que todos los habitantes de nuestra ciudad que trabajaban en los campos de flores, no podían llevar éstas a ningún otro lugar que no sean los campos y carruajes de los visitantes, que dentro de cajas, nadie podía ver qué había allí. El temor de que sus semillas y colores sean llevadas a otros lugares hizo que los campos de flores se conviertan en lugares muy vigilados. Desde esa vez no podemos tener flores en nuestras casas donde cada vez más se vuelven grises y tristes. ¡Falta alegría!
Conmovida Martina y agradecida con la abuelita, empezó a entender lo que pasaba con su ciudad, salió a caminar por todos lados: mercado, ríos, puentes, calles y curiosamente tampoco encontraba niños corriendo, solo algunos que asomaban sus caritas desde algún balcón.
Decidida nuestra princesa volvió a palacio a hablar con el rey y la reina, las puertas estaban cerradas y solo se escuchaban explicaciones, algunos sobresaltos, pero al final risas y agradecimientos, algo había pasado.
Ese mismo día por la tarde en toda la ciudad salieron a festejar a las calles, los niños a volver a correr por todos lados, las ventanas a abrirse de par en par y los balcones a vestirse otra vez… ¿Y de qué?… de flores, ¡Si, de flores! Retornó la alegría nuevamente a la ciudad. Martina había logrado hacer cambiar de opinión al rey y que todos puedan llevar flores a su hogar.
Ahora escuchabas música, encontrabas mercados repletos de flores, guirnaldas y carretas adornadas con formas y colores muy rimbombantes, todos los que trabajaban en los campos podían llevar esta vez, flores para su casa después de trabajar, para adornar lo que quisieran y darle alegría otra vez a la ciudad.
Han pasado varios años y Martina ahora es reina y todos los días sale a pasear por las calles de la ciudad, los conoce a todos y los saluda, a veces se queda un día con ellos para escucharlos y entender qué cosas necesitan para poder mejorar o construir, todos están contentos con ella.
Cuentan que la abuelita que alguna vez le invitó, estuvo feliz y decía a todo el mundo que ella desayunó con la reina, a lo que Martina la recuerda con mucho cariño y que gracias a ella entendió lo que tenía que cambiar.
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