El delfín saltaba muy alto. Yo podía ver todo su cuerpo saliendo del mar y surcando el cielo tan veloz cómo un pájaro. Cuándo volvía a caer en el agua, lo hacía muy deprisa, sin salpicar nada, y se hundía cómo una flecha aleteando su cola de felicidad, tenía la esperanza de ver algún día una sirena, una sirenita de aquellos cuentos de papá.
Hoy volví a verlo mientras estaba en mi balsa de madera jugando con Luis. Intentábamos pescar algo, pero nuestras cañas de bambú se quebraron cuándo un pez enorme nos las quitó de las manos.
Era casi medio día y estábamos pensando en volver a casa, porque nuestros estómagos empezaban a gruñir de hambre. De pronto vimos saltar al delfín muy cerca de nosotros y entonces nos dimos cuenta de que ya no estaba solo. Mientras saltaba, lo hacía junto a una niña sirena… ¡Sí ¡Era una sirena! ¡Una sirena!
Nos quedamos quietos, asombrados al verla saltando alegremente, sujetándose a una aleta del delfín. Poco a poco se fue acercando a nosotros. Estábamos muy asustados. No sabíamos a donde ir, pues en una balsa no hay ningún lugar dónde te puedas esconder…
-Hola- dijo la niña sirena- Soy Luana.
Su sonrisa parecía querer tranquilizarnos. Pero nunca habíamos visto antes a una sirena y le teníamos miedo.
– Nosotros somos Felipe y Luis- respondí temeroso
-Tenemos 8 años y vivimos en la aldea. Ésta mañana salimos a pescar con nuestras cañas, pero se quebraron, así que nos pusimos a jugar en el agua con los peces. Por favor no nos comas- supliqué temblando.
Jijijijijii – la sirena Luana se rió al acercarse con el delfín, y ver que los dos amigos estaban muertos de miedo.
– Tranquilos, no me los comeré. Aunque quizás lo haga mi delfín- bromeó al notar sus caras de susto.
Cuándo Felipe y Luis conocieron mejor a Luana, olvidaron todos sus miedos. Ella les contó cómo era su vida en el fondo del mar, cómo se divertía con otras sirenitas, todos los animales y peces que conocía, y las cosas que sabía de los seres del mar.
¡Y vaya si sabía cosas!
Luis le habló de nuestra vida en la aldea, de los juegos en la playa y de la comida que nos preparaba mamá. Yo estaba feliz. Me reía y le conté aquella vez que trepamos a una palmera y luego nos caímos cómo si fuéramos cocos. La palmera cedió porque todos nuestros amigos se subieron a ella al mismo tiempo.
Mientras nos divertíamos, se fue haciendo de noche en el mar. Era hora de regresar.
…
Aquel día se habían conocido tres nuevos amigos, y volvieron a casa con la promesa de encontrarse al día siguiente, para que Luana les enseñara montar sobre la espalda del delfín, apoyados en sus aletas. La niña sirena se alejó, nadando hacia la puesta de sol que se apagaba lentamente en el borde del mar. Felipe y Luis llegaron a la playa muy contentos. Querían contarle su aventura a todos sus amigos. Seguro que a la mañana siguiente todas las balsitas de los niños saldrían a navegar para conocer a Luana, la simpática niña sirenita del mar.
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